martes, junio 01, 2010

"PENSAR QUE PINTARÉ ES UN TRABAJO SERIO, PINTARLO SÓLO UN JUEGO"

ALTAZOR, RELACIÓN ENTRE ARTE Y CIENCIA por Mario Soro


ALTAZOR Y LA RELACIÓN ENTRE ARTE Y CIENCIA
OJOS AL CIELO, PIES EN LA TIERRA
Por Mario Soro

En general, se suele sostener que el arte y la ciencia constituyen dos esferas de la cultura claramente diferenciadas, determinadas por motivaciones y por objetivos completamente disjuntos sin intersección entre sí. Sin embargo, claramente existe una relación profunda entre arte y ciencia.

En la perspectiva de los desarrollos contemporáneos, la diferencia epistemológica entre las estrategias de búsqueda en la ciencia y en el arte no es, en modo alguno, irreconciliable. En las últimas décadas ha ganado terreno la convicción de que la investigación en ciencia no es la expresión de un tipo único y unívoco de racionalidad, y que la significación que tiene en ella la imaginación y el margen que admite para la inventiva y lo aleatorio son considerables y, de hecho, decisivos. Por otra parte, cada vez se está más dispuesto a admitir que la creación artística posee un componente reflexivo y discursivo muy gravitante, y que, en lugar de oponerse a la ciencia como puede oponerse una función intuitiva divergente a una racionalidad lineal, integra con ella un campo general de pensamiento. La cultura contemporánea no puede entonces sino beneficiarse de un diálogo abierto entre el Arte y la Ciencia.

Todo arte consiste, en esencia, en la creación de formas, en una transformación que se manifiesta, finalmente, en la producción de una estructura. A su vez, toda forma, natural o creada por el ser humano tiene, potencialmente, información, es decir, puede transmitirse en el proceso que llamamos comunicación. La obra de arte es así un vínculo entre quien la produce y quien la observa y experimenta. El arte es interacción.

Ahora bien, estos atributos que son esenciales para el arte lo son también para la ciencia. El científico produce información y la ciencia requiere observadores que juzguen, valoren y verifiquen la obra. Esto último podría parecer que marca una diferencia entre ambas actividades: la ciencia requiere réplica y contrastación, la obra de arte simplemente se contempla y se goza. Sin embargo, hay elementos gozosos en la ciencia así como también hay elementos cognitivos en el arte. El científico goza el placer estético que le produce un experimento bien diseñado, al que califica de “elegante”, y el artista o el crítico bien saben que la reflexión y la contrastación no están excluidas del arte; de hecho, le son consustanciales. Es así que, ubicado en un universo artístico determinado, un creador inventa una nueva manera de ver y de expresarse. Se inspira en lo existente y afecta a quienes lo siguen. Las genealogías de pintores, coreógrafos, poetas o cineastas son tan similares a las genealogías de los científicos que sería imposible diferenciarlas: en ambas actividades hay escuelas, doctrinas, teorías y técnicas particulares, compromisos ideológicos y éticos. Desde luego que la genealogía no es, estrictamente hablando, una verificación, aunque en ambas actividades se da el mismo fenómeno: el alumno creativo se detiene en la obra de un maestro y luego se impulsa hacia otro orden, se separa y, muchas veces, contradice lo establecido.

Si hemos de diferenciar apropiadamente al arte de la ciencia hay que explorar en aguas más profundas. Veamos primero el método. Hemos dicho que la ciencia es una forma de explorar incógnitas mediante un método sistemático que pone a prueba hipótesis para verificarlas o refutarlas. Un acto fundamental del método científico es la observación, la piedra de toque de la ciencia empírica. La observación debe ser precisa, informada, dirigida, sagaz. ¿Qué sucede con el arte? ¿No es acaso el arte una forma de explorar lo incógnito? ¿No tiene también el artista una preocupación como motivación fundamental? Y antes de ejecutar la obra, ¿no es cierto que el científico y el artista deban realizar una observación acuciosa del objeto de su preocupación? Y más aún, una vez realizada la observación, ¿no se plasman las representaciones de esa observación en una obra que se ofrece al mundo? Estas similitudes son ciertamente sustanciales, pero se detectan diferencias en el método. Por ejemplo, el científico emplea técnicas muy elaboradas para realizar sus observaciones. Necesita instrumentos cada vez más complejos y precisos. Una vez obtenidos los datos, es decir, los tangibles de sus observaciones armadas, el científico realiza la última etapa del método: la escritura del artículo científico, que es la obra propiamente dicha, aunque ésta resulta menos atractiva que el procedimiento, al menos para el propio investigador.

El artista sigue un método que si bien en sustancia no difiere, como hemos visto, del de la ciencia, parece tener un énfasis técnico distinto. En efecto, en tanto que el científico realiza una observación armado de técnicas sumamente precisas y complejas, el artista realiza una observación muy diferente porque se basa en el refinamiento de factores perceptuales, cognitivos y emocionales propios: el artista depura su sensibilidad. En este caso, y a diferencia de la ciencia, no se generan datos duros, o sea registros observacionales o de máquinas a los que es necesario dar una interpretación. Se genera una representación más directa y la técnica en el arte se emplea, fundamentalmente, en la producción de la obra. Es así que, aunque el científico y el artista deben ser artesanos y dominar las técnicas, éstas se emplean en momentos diferentes del proceso. Ahora bien, aunque ésta es claramente una diferencia, no parece demasiado sustancial. Hay demasiadas zonas de traslape. Por ejemplo, muchas de las imágenes que se producen en la ciencia, como las que generan las computadoras como mapas de la actividad cerebral o las espectaculares fotos de mundos minúsculos obtenidos por microscopía electrónica de barrido, constituyen parte de los resultados publicables y poseen una particular belleza, aunque no sea esta el particular destino y fin de todo arte. Por otro lado está el uso de técnicas y aparatos científicos para la producción de obras de arte, como el uso de los rayos láser para la creación de hologramas o las técnicas precisas de mezcla de colorantes usadas por Vasarely para sus litografías geométricas.

Veamos si es en las operaciones mentales donde hallamos una diferencia más ostensible entre la ciencia y el arte. Se dice que arte es representación. No necesariamente imitación de lo sensible, sino representación de lo esencial. El objeto artístico es la expresión de esa representación. Pero la ciencia no es otra cosa que una representación del mundo y la producción de objetos - modelos, teorías, artefactos - a partir de ella. En todo caso, la representación y el modelo son comunes a ambas facetas de la cultura. Debe haber diferencias entonces entre los objetivos: el propósito de la ciencia es producir conocimiento certero y general sobre aspectos restringidos del mundo; el del arte es producir una emoción estética.

Al fin pareciera que a partir de esta distinción podemos establecer una diferencia importante. Si bien es indudable que hay elementos intelectuales en el arte y emocionales en la ciencia, lo cierto es que en la práctica, en la acción y la obra, esta distinción se pone de manifiesto por el hecho de que la ciencia pretende un conocimiento impersonal y universal expresable finalmente en el lenguaje más abstracto, el de la matemática. Con ello deliberadamente deja de lado los aspectos más subjetivos, particulares y específicos, que son, precisamente, el área del arte.

Lo más subjetivo, lo más personal, la experiencia más íntima es objeto de las artes. Es así que una de las maneras más adecuadas de analizar el arte es el estudio del estilo, un factor que, al menos en apariencia, interesa poco a la ciencia. El estilo es muy ostensible en el arte. La arquitectura gótica, el art nouveau, el neorrealismo del cine italiano constituyen estilos depurados de hacer arte. Los grandes artistas se distinguen por su estilo. De hecho hay estilos, como el barroco, que no sólo se reconocen en una de las artes en particular sino en todas ellas, marcando una forma de ver, de sentir, de pensar y de expresar características de una época y aún, para algunos críticos, de múltiples épocas y culturas. Tomemos este camino y pensemos si existe una ciencia peculiar de un estilo o de una época. Por ejemplo, la ciencia barroca estaría representada por Pascal, Descartes, Newton y Leibniz, en la que prima, como es característico del estilo, una abigarrada geometría de pliegues cognoscitivos. Sin embargo, más que por el estilo, en la ciencia, las escuelas y las tendencias se distinguen clásicamente por sus conceptos, por sus paradigmas. El estilo es un factor netamente cualitativo, en tanto que la ciencia favorece la cuantificación. Así, la diferencia fundamental entre ciencia y arte es probablemente la cualidad. No la calidad, que es el factor común para juzgar la excelencia en ambos casos, sino la cualidad, asunto misterioso y delicado cuyo estudio puede llegar a constituir un puente entre ellos.

El arte supone una comunicación de tipo intuitivo: ver más allá de lo que aparece; es algo así como la función perceptiva y sugerente del símbolo religioso. El hombre es capaz de percibir y experimentar todas las emociones humanas, pero sólo unas cuantas de ellas puede trasmitir a otros. Es allí, cuando lo subjetivo se objetiva en el “objeto” comunicativo, como un vehículo ideal y, desde allí, penetra en el alma del receptor que contempla una obra que él llama “de arte”. A este objeto en sí lo llamamos “obra de arte”. No sólo por estar cargado de las emociones del autor, sino por comunicar las mismas al espectador de la obra.

Aquella carga simbólica, emocional, que durante siglos fue monopolio de los objetos con fines religiosos, ahora, bajo una nueva concepción, puede ser patrimonio de todos aquellos espíritus sensibles sin la necesidad de tener una experiencia devocional.

Para Tolstoi, hay arte en la naturaleza, en la sonrisa de un niño, en una palabra expresada en el instante adecuado, en el sonido de la música, en toda faceta de la existencia humana, pero siempre y cuando éstas se reflejen en el espíritu sensible. Para dar una definición correcta del arte es pues necesario, ante todo, cesar de ver en él un material de placer, y considerarle como una de las condiciones de la vida humana. Si se considera así, se advierte que el arte es uno de los medios de comunicación entre los hombres. De ahí resulta que el arte es una cosa de las más importantes, tan importante como el lenguaje mismo.

La obra de Mingo (Domingo González Flores) que me convoca, y lo que voy a decir quisiera decirlo junto con nuestro gran Vicente Huidobro para quien el verdadero poeta es el símbolo del hombre más elevado, de aquél que tiene la rara capacidad de encumbrarse a las alturas de la super-conciencia y sus deleites, y de sondear a la vez las profundidades del dolor humano y sus miserias. Es el hombre despierto, lúcido y dispuesto a ser un instrumento expresivo de la existencia, cuya inteligencia se demuestra por su extraordinaria capacidad de respuesta. El poeta a la vez que el pintor es el hombre que sabe extender sus antenas para recibir el gran don de los dioses, el don de poder crear, de expresar a su manera el equilibrio entre la técnica de su lenguaje y el vuelo poético de su inspiración profunda. El éxtasis de esos instantes sagrados de creatividad es lo que Huidobro llamaba “delirio poético” y que nosotros también podríamos llamar “delirio pictórico”. El crear no se limita a un oficio: es un estado elevado de la conciencia donde todo es posible. Mingo como Altazor es el hombre que coge su paracaídas y comienza a volar entre los planetas. El pintor, tal como el poeta, no reconoce límites en su creación, pues cada uno de esos instantes es una oportunidad para crecer y atesorar lo vivido. Altazor es contradicción constante, es totalidad en el vivir. Para él, ser parcial sería morir. Altazor lo toma todo sin excluir nada. Altazor somos todos aquellos que amamos la intensidad del momento, sin olvidar jamás que la muerte puede hacerse presente en cualquier instante. Saberlo nos hace amar mucho más la vida, que adquiere una intensidad insospechada.

En esta muestra “Ojos al cielo, pies en la Tierra”, Domingo González ha querido unir el mundo cotidiano de cada día con la noche universal que nos precede y que con toda seguridad nos sobrevivirá. La invitación entonces es a buscar las palabras - imágenes que Mingo pone en su obra, el color, el sentido y el silencio de ellas, la búsqueda de estos espacios de unidad entre la ciencia y el arte.

Con esto el artista pretende difundir fenómenos astronómicos bajo un concepto más artístico y poético, pasando por los detalles que existen en los cambios del día a la noche, las figuras del Universo, y por diversos fenómenos que por la rutina y por la contaminación lumínica de la ciudad no se pueden registrar o admirar. Así, esta exposición busca dar a conocer al público otra mirada de la astronomía y del observar espacial, que tiene una proyección en el arte y en la interpretación onírica del artista, con el fin de re-descubrir lo que está en el cielo nocturno.

Las pinturas exhibidas en “Ojos al Cielo, pies en la Tierra” tienen la particularidad de ser trabajadas en la técnica de Kar, una pasta preparada por el artista a base de resinas alquídicas y pigmentos que dan tonalidades y colores especiales. A su vez, esta muestra cuenta con la instalación de un telescopio de madera e intervenciones gráficas sobre muros y suelo que señalan ciertos ejes espaciales como: el eje de la Tierra (rotación de la Bóveda Celeste), la línea eclíptica (plano orbital de la Tierra que marca el recorrido del Sol), y los planetas que se pueden observar sin la necesidad de instrumentos astronómicos; todo para proyectar en el espectador la sensación del viaje en el Universo que puede haber y conocer desde nuestros hogares.

Desde la libertad de la pintura, el artista entrega una visión astronómica cercana al público, mostrándole que el cosmos es parte de nuestra naturaleza y origen, donde se ocultan las respuestas que acostumbramos a disfrazar con imaginación. Se inspira en el concierto cósmico ya que las imágenes de las obras han respetado el ordenamiento estelar, sin perder la magia de lo que persigue al retratar conceptos científicos con una cierta poesía, uniendo dos mundos muchas veces separados, “ciencia y arte”. Cada imagen es exclusivamente observada desde la tierra, sin instrumentos, como lo han hecho nuestros ancestros.

El artista con esto pretende generar una instancia de reencuentro con el cielo y sus fenómenos mediante su representación creativa. Buscar dentro del realismo y su derivado “Realismo Mágico” (y su magia de lo inesperado en lo cotidiano), un aporte en el enfoque de la plástica, mas allá del marco técnico, entendiendo éste en su simpleza de elementos en favor de la lectura, tomando la temática como vehículo principal.